lunes, 30 de octubre de 2017

Muere el último mohicano: el doctor Rafael Cantisano

Pedro Mendoza
Pedro Mendoza
Pedro Mendoza | ACTUALIZADO 29.10.2017 - 8:29 pm
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Han transcurrido aproximadamente tres años, cuando durante una misa de homenaje póstumo al doctor Sergio Bencosme y en la cual los organizadores me escogieron para decir un breve discurso de introducción, dije que el doctor Bencosme junto a los doctores José de Jesús Jiménez Almonte, Joseito Jiménez Olavarrieta y Rafael Cantisano Arias formaban el cuadrilátero médico que en Santiago se dedicó con entusiasmo al enriquecimiento de la bibliografía de la medicina en la Región Norte y hasta de manera notable en el país. Dije también que como solo quedaba vivo de ese grupo de médicos reputados, el doctor Cantisano, que cuando éste rindiera fruto a la tierra, pues su desaparición física se convertiría en una especie de símil de la caída del personaje heroico de la novela histórica (1826) del escritor James Cooper, titulada  “El  último de los mohicanos”, la cual fue llevada al cine hace diez años con un título homónimo.
  
Aquella novela histórica cuenta que en la época cuando Inglaterra y Francia peleaban por arrebatarse las posesiones coloniales que tenían en América del Norte (territorio de Estados de América de hoy), hubo una fiera y larga  lucha por ocupar el fuerte Henry William hasta que en defensa del mismo murieron los indios que habitaban la zona (1757), excepto uno que logró escapar de la poderosa embestida francesa, pero que luego no sobrevivió a las heridas. De ahí que cuando un hombre ha dedicado su vida a obrar  por el bien y la sanidad de los demás hombres, o por la ciencia o por contar las vivencias y acontecimientos singulares del ejercicio de un oficio que demanda tanta dedicación además de asumir los riesgos que conlleva, como es el caso del ejercicio de la medicina, hasta el final de su vida, es casi una costumbre hoy decir que “murió el último mohicano” como una expresión que contextualiza la hazaña de aquellos indios del fuerte Henry William que, a pesar de las limitaciones y vicisitudes, no dejaron de luchar hasta el último aliento.
  
El mundialmente conocido historiador de la medicina, doctor Pedro Laín Entralgo (2001), dice que si hay una profesión que debe ejercerse con dignidad y decoro es la dedicada al trato de personas enfermas. Y no se trata de que sepa  –continúa diciendo--  qué recomendar de comer a un obeso para que pierda peso o de que posea  conocimientos eruditos sobre la etiología y patogenia de las enfermedades, sino que debe tener una conciencia reflexiva sobre el sufrimiento humano como si el que sufre fuera uno de los suyos, además de estar en posesión de un comportamiento moral y formación intelectual fuera de toda duda.
  
¿Cumplió el doctor Rafael Cantisano como médico de dilatado ejercicio todos esos requisitos que describe Laín Entralgo?  Pues no creo que exista una sola persona, médico o no, que lo conociera ya como individuo, ciudadano, hombre social y guía de familia o profesional honesto, que no confirme que Cantisano  los cumplió en su totalidad.
  
Pero ¿por qué tuvo Cantisano un ejercicio médico memorable de acuerdo al reconocimiento pleno de la sociedad y el de sus pacientes?  Sencillamente, creó y se dedicó a plenitud al desarrollo del hábito de ver a cada enfermo como un todo, como un ser dotado de  espíritu viviente, con emociones, capaz de sentir miedos, tener creencias, culpas, de mentir y herir, con sentimientos de bondad y también de rencor y odio, con necesidades físicas, materiales, de comunicación  y de compañía; un ser viviente que interactúa con su entorno vivo e inerte, y que incluso tiene deseos de cultura y de conocer su pasado y de que se escuche lo que piensa. En fin, que el doctor Cantisano se consagró a ver en cada uno de sus pacientes, no solo a un hombre o mujer con diarrea, con gastritis, con diabetes o  hipertensión arterial, sino que veía a cada uno hasta con interés antropológico y filosófico.
  
Talvéz hace cinco años, dije de Cantisano mientras leía su semblanza en el Salón Caonabo del hotel Gran Almirante durante un homenaje que le hiciera una institución médica, que a pesar de ser un médico de renombre indisputable, los humos que esa condición conlleva no le chorreaban de la cabeza a los pies, porque no hacía ruido público ni vanagloria si trataba con personas ilustres ni si se codeaba con el más humilde de los hombres. Al terminar aquel acto, le pregunté al oído: ¿Por qué escribiste una historia del ejercicio médico en Santiago? Respondió:  “Solo a través de la historia se puede saber el grado de humanización que tuvieron nuestros predecesores”.
  
Cantisano, igual que otros poquísimos médicos de su misma estirpe, también ya desaparecidos, no dejó fortuna de esas que enloquecen a muchos, ni a su viuda ni a sus hijos. Pero sí les dejó la mejor fortuna de todas: el permanente reconocimiento de la sociedad a un hombre que consagró su vida al servicio médico a través de un ejercicio honorable y humanizado. A los médicos les dejó como legado no solo su ejemplo de pulcritud, sino también una metódica y escrupulosa investigación de la historia de la medicina en Santiago, bajo el título de “Santiago y sus servicios médicos”, obra monumental que debe ser consultada por todos los médicos y estudiantes de medicina. 
via:lainformacion.com.do

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